“Into the wild” sonó en mi cabeza. Caminé y caminé. No podía parar, no porque no me conviniera, sino, porque ellas no me lo permitían. Ellas tan delgadas y extrañas. Tan pequeñas, tan… ellas: mis piernas. Parecía que otra vez querían independizarse; les gritaba y la gente me miraba, incluso, la gente Arodalov1. Que siempre estaban tan altos, y no miraban al pueblo. Como se supone, llegué rápido a casa a pesar de los accidentes que me retuvieron un rato; aunque estoy feliz, sólo perdí el brazo izquierdo, una oreja y una rodilla. El problema verdadero fue cuando llegué a casa, que me choqué la cabeza con la puerta y me desmayé. Desperté vaya uno a saber cuándo, pero me encontraba dentro de un foco de luz. La verdad es que no me podía quejar, tenía calefacción. Sólo que no la graduaron, cada vez subió más y más y de pronto… morí. Salí a caminar para descansar, esto de haber estado muerto, era agotador. Encontré una tienda y entré (estaba en pleno centro de alguna ciudad de algún país de algún planeta). Había un poco de todo. Había repisas de libros, de bolsas de supermercados, mercados, mochilas, sirenas, ojos y televisores. Compré un vampiro, ya que llamaba demasiado mi atención. Abrí la puerta para salir, pero por alguna extraña razón, salí a un desierto. En él no había nada, por eso caminé, corrí, volé y salté. Busqué agua o árboles, pero no encontré, intenté buscar algún Wilson, pero “El Náufrago” me lo robó. No pregunten de donde apareció. Nadé por la arena un largo rato, aunque luego recordé que me moría de hambre, y como no quería morir otra vez, salí a buscar comida. Encontré un charco y me reflejé, tomé agua y me caí en él. No sabía nadar y en el intento desesperado salí a flote. En cuanto salí al mundo (como si hubiese nacido “otra vez”), era un piso de nubes a mí alrededor, salí del charco, pero en cuanto toqué una nube, la traspasé y me caí al mundo. Me dirigí a casa, mamá me preguntó porque había tardado tan poco en volver del colegio. No contesté, había olvidado de ir. Me tiré al sillón, estaba demasiado cansado había recorrido mitad del mundo. Tomé el control; no anduvo, por lo que debí levantarme hasta el televisor. Mi madre me trajo una jarra de agua, tomé y tomé, la terminé y me extrañé tanto, mis piernas estaban débiles, en cuanto las miré me di cuenta que me estaba derritiendo. Mis ojos comenzaron a rodar. Fueron y miraron lugares extravagantes, salieron a la vereda hasta que chocaron a alguien, éste, los levantó y se los comió. Los ojos pensaron… Era viscoso y asqueroso, completamente rojo, sangriento y terrorífico, querían salir, pero les fue imposible ser digeridos. Encontraron un agujero, el ombligo, para ver el mundo exterior. Se pelearon por el lugar, les salieron brazos y comenzaron a golpearse. Uno, salió lastimado, pero el estómago se lo tragó. El otro, vio el mundo claro; la luz del sol, la calle, las cosas, pero se puso melancólico, comenzó a llorar, extrañaba la paz de su cuerpo. Intentó salir; le costó, y lo logró. Saltó y saltó. Llegó al mar, donde unos días más tarde llegaría su media naranja, para luego buscar juntos, otro cuerpo. O tal vez él mismo, encarnado en… Sería en un ensamble, así que buscaría a otro. Encontraron una pierna tirada de un accidente pasado; ésta los acompañó en la búsqueda, mientras tanto, vieron con envidia una pareja besándose. De ellos salieron volando corazones. La pierna saltó y entre ambos tomaron uno, de a poco, el cuerpo se iría armando. Teniendo un corazón las cosas se le harían más fáciles, o eso es lo que sentían. Recordaron que la iglesia siempre da una mano, así que fueron a intentar que le dieran dos, no lo lograron. Rebuscaron por la basura y encontraron alambre que utilizaron para hacer la estructura de su cuerpo. Miré hacia el cielo. Comencé a darme cuenta que todo estaba hecho de palabras. Entonces pensé, si yo tomaba las letras correspondientes, me convertiría en una persona (aunque normal nunca sería). Por un descuido o por no pensar o pensar demasiado, comencé a tomar las letras equivocadas: “Por las noches la soledad desespera, espera por ti, espera por él, espera por mí también, por aquel”2. En cuanto tomé conciencia de lo que había hecho, me di cuenta que había escrito una canción y en eso me convertiría. De ahora en más reencarnaría una y otra vez cada vez que se cantase, de cada boca yo saldría, de cada guitarra, batería y por todos lados de este mundo. Ahora estaba satisfecho. Tenía una vida música, lo que siempre había querido.
(NA1: Arodalov.
Refiere a personas específicas con la habilidad de volar.)
(NA2: Canción “La soledad”. Autoría de Bersuit
Vergarabat. Álbum La Argentinidad al Palo.)